Amor loco en la biblioteca

Frikitecaris llega a tiempo para hacer crítica de arte; por los pelos, pero a tiempo... aunque no podréis decir que no habíamos avisado, ya que os lo dijimos hace dos meses. Del 16 de julio de 2010 al 9 de enero de 2011 se está celebrando en el Caixa Forum de Barcelona una exposición retrospectiva: "Miquel Barceló (1983-2009)", que, por supuesto, os recomendamos encarecidamente.
El plato fuerte de la exposición es una de sus cumbres artísticas, La solitude organisative, ese desasosegante retrato de un simio arrinconado en el estudio del pintor mallorquín, que él considera un autorretrato encubierto y que pone de manifiesto grandes temas como la incomunicación y la soledad del artista inmerso en el proceso creativo. No obstante, la exposición nos muestra una visión completísima de las diferentes etapas artísticas de este gran pintor. Abundan las técnicas mixtas, las esculturas, la temática marina, las pinturas de Mali, las ilustraciones para la magnífica edición que Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores hizo en su día de La Divina Comedia de Dante y, en resumen, un recorrido sistemático y completo de las grandes preocupaciones de un personaje único en las artes de este cambio de siglo.
Uno de los cuadros más espectaculares de Miquel Barceló se titula L'amour fou y, cómo no, se puede encontrar en esta exposición; en concreto, en la sala titulada "El mar, el museo, la biblioteca y el estudio".
En la exposición se explica lo siguiente:

L'amour fou (1984) alude a los orígenes isleños del autor (Felanitx, Mallorca, 1957), donde el mar y el rompeolas forman un contraste con los estantes de la biblioteca que al autor le gusta considerar "el telón de fondo de su vida".

¡Ése es el espíritu! En efecto, Miquel Barceló dignifica los libros y las bibliotecas en un cuadro único y sugerente, en el que la naturaleza salvaje del mar Mediterráneo y el templo del saber que es un estudio lleno de libros parecen formar parte de un todo.


Además, en la misma exposición tenemos otro cuadro de temática similar, Le petit amour fou, en el que, no obstante, nos falta la ventana al mar y sólo tenemos una biblioteca enorme y desordenada, con todos los libros tirados por ahí de mala manera y, para terminar de arreglarlo, con un desnudo masculino que, a diferencia de la obra anterior, no parece un señor que está posando con aires entre goyescos y modiglianescos en el estudio de Barceló, sino un cenutriousuario que se ha quedado traspuesto después de una juerga de proporciones legendarias, y de resultas de la cual la biblioteca se halla en un estado lamentable.
Parece mentira, pues, cómo puede cambiar de manera tan radical la percepción de una obra artística si se quita o añade un elemento.
En el primer caso tenemos una bella composición armónica, en la que todo cuadra y los elementos se potencian los unos a los otros: el desnudo realza la belleza del mar, éste busca a los libros para simbolizar el tránsito de la naturaleza a la cultura, y, a su vez, los libros "tapan" el desnudo masculino y lo intelectualizan. El mar forma parte de un todo con los libros que hay en el estudio del artista, como si la naturaleza estuviera desbordándose, y la biblioteca fuera el dique de contención del saber humano, pero al mismo tiempo fuera necesario un transvase de uno a otro ámbito.
En el segundo caso, tan sólo vemos una biblioteca hecha unos zorros, con los libros apelotonados en el suelo, y un cenu resacoso y con trempera matinera que se lleva las manos a la cabeza porque probablemente no sepa ni dónde se ha despertado.
Esto del arte es verdaderamente enigmático.


 

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